Este verano de 2015, que aún no
ha acabado, es sin lugar a dudas el más intenso y tenaz en mantenimiento de
temperaturas altas. No es que diga yo que en verano no deba hacer calor. Ya
tengo años para saber el pan que me harta, y más en esta bendita región donde
nací y he morado desde entonces. Pero hijo…
Es que no se ha tomado un respiro
desde primeros de Julio hasta la Asunción y San Roque de mediados de Agosto.
Cuando creíamos que decrecía, los agoreros “tíos del tiempo” (o féminas, que de
todo hay), nos amenazaban con una nueva ola de calor con influencia africana
(del simún del desierto, digo yo que sería). Total, cuarenta y tantos a la
sombra a las tres de la tarde, y lo peor, 25 o 26 cuando querías caer en el
colchón y descansar.
Enseguida comienzan las
comparaciones. Que si hace no sé cuántos años que no pasaba algo igual, que
hemos batido el récord del año de la pera. Pero no es cierto. Cuando sacan
cuentas reales, éstas son las primeras conclusiones:
“La temperatura (la media de las
máximas y de las mínimas), ha estado en Julio alrededor de un grado por encima
de la más alta que se tenía registrada.
Aunque no hemos superado el
récord puntual de Julio de 1994, cuando se marcaron en Murcia 45,6 grados, la
media de Julio supera en más de dos grados a la media del periodo de
referencia” (Publicado en La Verdad el 24-08-15).
Y es que no puede ser de otra
manera, viendo el calor que nosotros mismos estamos arrojando fuera de nuestras
viviendas para sentirnos cómodos. Desde hace dos décadas, ya no hay domicilio
de medio pelo que no tenga su aparatito de aire, y su compresor dirigido al
exterior. Más o menos como esta pared (no es de nuestro pueblo, es tan sólo un
ejemplo).
Vuelvo a repetir el enunciado. En
verano siempre hace calor. Y también lo hacía cuando éramos proyecto de
ciudadanos y no existían tantos adelantos. ¿Cómo combatíamos el calor de
aquellos veranos?
Aún no habíamos entrado en la era
del electrodoméstico, básicamente porque no existía la distribución en España,
sobre todo del principal: el frigorífico. Pero existía la nevera, que con un
cuarto de barra de hielo funcionaba las veinticuatro horas, proporcionando
además agua fresquita del deshielo.
Y el hielo lo traían con
motocarro desde la fábrica de Juan Esteva a nuestra casa.
¿Qué era lo que se podía tomar
fresquito de esa nevera? Pues sobre todo, gaseosa, natural o de distintos
sabores. La Coca-Cola y afines aún no había aterrizado en España. Sólo lo hizo
un jarabe llamado Zarzaparrilla 1001, pero era muy caro para lo que ofrecía.
También se ponía al fresco el
sifón, que mezclado con vino hacía una combinación muy refrescante.
Para lo que no era tan buena la
nevera, era para el embutido, para los quesos, para el jamón. Esos alimentos se
debían conservar en la fresquera, armario bastante airoso y aireado fabricado
con madera y tela metálica muy tupida, para que ningún insecto por pequeño que
fuera se introdujese en su interior, y luego de guardados y cerrada, colgada
del techo o subida bien alto para que tampoco los roedores pudieran hacer su
agosto.
¿Y en las siestas? Pues con un
buen abanico. O con un pay-pay, que al ser de propaganda siempre había alguno a
mano en todas las casas.
Y cuando menos lo esperábamos, pasaba
por la puerta el carro del Pote, movido por la fuerza de su fiel asno, y alguna
que otra vez podíamos permitirnos el lujo de comprarle un chambi de mantecado,
o un polo de hielo que refrescaba más. La foto de que dispongo no es de gran
calidad, pero es de aquellos tiempos del señor Deltell recorriendo el pueblo
con sus especialidades.
Había más chambileros en el
pueblo. Estaban “los gordos”, Juan y Julio, que se ponían en el paso a nivel y
en la calle Moreno, junto al cine Iniesta, tanto en verano como en invierno
para vender castañas asadas. La fotografía que tomé del paso a nivel fue en
invierno, y el carrito está preparado para castañas.
Otro chambilero conocido fue “El
Polito”. He encontrado una foto suya de refilón. A la que mejor se ve es a la
chica que se come el helado, pero al menos parte del carrito se puede
contemplar a la sombra, junto a la parada de coches de la Alsina.
Porque ¿quién podía pensar en
aquellos tiempos en un ventilador? Yo recuerdo de verlos en los comercios
sujetos al techo, con grandes aspas que se movían lentamente, y en oficinas.
También me acuerdo de aquellos negros con rejilla, parecido al que muestro
aquí, que alguno vi, pero nunca en casa particular que yo visitara. Uno como
este se encontraba en la oficina del Despacho Central de la Renfe, en la Calle
Mayor, junto a la droguería de Santiago.
Y cuando la cosa se ponía
verdaderamente difícil, pues con hacer una visita a la “playa”, todo arreglado.
Éramos maestros en deslizarnos con paleras o cualquier otra cosa que nos
salvaguardara los calzoncillos. Y estaba aquí al lado.
En verano siempre hace calor.
Estamos de acuerdo ya. Pero hijo, sólo pido un poco menos, o que seamos capaces
de aguantarlo como cuando teníamos unos cuantos años menos. Que no es tanto
pedir. Que a mí este cambio climático me
está viniendo en mal momento y no sé, no sé…
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