P´abernos matao

18 de agosto de 2015



Revisando fotografías familiares, he dado con este grupo escolar del año 1959, tomado en la Escuela Nacional nº 4, que se encontraba ubicada en una vivienda de la avenida Calvo Sotelo (hoy calle Mayor), donde ahora está emplazado el edificio municipal de la Casa de la Juventud. En la siguiente fotografía, en blanco y negro, se contempla la fachada de la escuela, la casa del balcón central, cuando ya no se utilizaba para tal fin. En la fotografía a color, actual, se aprecia como en el mismo lugar se construyó, años más tarde, un edificio de varias plantas para uso municipal.


La casa que se utilizaba entonces tenía planta baja destinada a escuela para niños, y la planta alta destinada para niñas. Las fotografías, tanto la de los niños como la de las niñas, están tomadas en el patio, que servía de lugar de recreo (aunque en un horario distinto para que no hubiera mezcla de sexos), y donde se encontraba el retrete masculino. La fotografía de las niñas es una mala reproducción por falta de original.


El patio también era el lugar donde diariamente tomábamos nuestra ración de leche en polvo, regalo americano. (Por la tarde tocaba, o queso o mantequilla). 

La gran pregunta es ¿cómo hicimos para sobrevivir? ¿Eres tú uno de esa generación? Si lo eres párate un segundo a reflexionar.
Seguro dirás que éramos unos aburridos pero..... ¡Seguro que éramos felices!

¡Y es cierto! ¿Cómo pudimos sobrevivir sin coches, sin bicis, sin patines, sin 120 canales de televisión, sin móvil, plays, nintendo, gameboys....¡sin pc ni Internet! ¿Estamos vivos? No teníamos Whatsapp ni chats, pero TENÍAMOS AMIGOS.

Salíamos, caminábamos hasta la casa del amigo, tocábamos en su puerta, o gritábamos su nombre, o sencillamente entrábamos sin tocar, y allí estaba y salíamos a jugar. ¡Ahí, afuera! ¡En el mundo cruel! ¡Sin asfalto, pura tierra!


Podemos ver la Avenida Reyes Católicos, donde termina y se encuentra con el actual parque de las Tres Culturas (donde antiguamente estuvo Furfural). En el año 1965, cuando se hizo esta fotografía, detrás de la verja del fondo estaba aún el Molino Deseco. Pero la fotografía la he subido para que se pueda observar con detalle lo que sucedía en nuestras calles cuando llovía, al ser todas de tierra. No teníamos patines pero sí botas katiuskas.

Jugábamos en la calle con la única condición de regresar antes del anochecer. Como no teníamos móviles, nadie podía localizarnos. ¡¡¡Impensable!!!
Aún no había hecho su aparición Panini, y para coleccionar los cromos de fútbol nuestras madres tenían que comprar colorante alimentario de una determinada marca, porque en cada papeleta venía un cromo para colocar en el álbum. Luego nosotros cambiábamos los “repes”. 


También teníamos nuestra caja de madera con tebeos, que al igual que cromos, cambiábamos con los amigos por otros que no habíamos leído, o íbamos a “Manolo de la Estación”, que por un real también los cambiaba. 


Hacíamos juegos con chapas, al guá, a la trompa, jugábamos al pañuelo, a policías y ladrones, al escondite, al marro, a la comba o las fundas... Y en algún equipo que se formaba para jugar un partido no todos llegaban a ser elegidos y no había desencanto llevado a trauma.

Gastábamos horas y horas construyendo patinetas con rodamientos viejos de los talleres de coches, y los que tenían la fortuna de vivir en calles inclinadas, se tiraban cuesta abajo y en la mitad se acordaban que no tenían frenos. Después de varios choques o caídas aprendimos a resolver el problema. Sí, nosotros chocábamos con matorrales, ¡no con coches!

Nos cortábamos, nos hacíamos un chichón, nos rompíamos un hueso, perdíamos un diente, pero nunca hubo una demanda por estos accidentes. Nadie tenía la culpa más que nosotros mismos.

Comíamos bollos, pan o mantecados, tomábamos bebidas con azúcar y nunca teníamos exceso de peso porque siempre estábamos fuera, jugando y corriendo. En esta fotografía de grupo que nos hicieron en marzo de 1960, con motivo de unos cursillos que dieron a los niños de varios colegios en conjunto, se puede apreciar el nivel de grasa per cápita. Sobresale Pepe Jiménez, arriba a la derecha, pero siempre ha sido de complexión alta y gruesa, no gordo. 


Bebíamos agua directamente del grifo o de donde la encontráramos, siempre y cuando nos quitara la sed, y no de una botella de agua mineral.

No teníamos tapas con seguro para niños en los botes de medicina, ni en los enchufes, ni en las puertas...

Cuando se acercaban fechas señaladas para la Iglesia, como el Domund (12 de octubre), o el día del Seminario (19 de marzo), nos llegaban a la escuela unas banderitas de papel para solapa y alfileres para montarlas, y dos semanas antes, en horario lectivo, patrullábamos las calles llamando de puerta en puerta haciendo cuestación, por parejas, portando uno de nosotros una hucha con la cabeza de un negrito, o indio o chinito. 


Algunos estudiantes no eran tan brillantes como otros y cuando suspendían un curso lo repetían. Nadie iba al psicólogo, o al psicopedagogo, nadie tenía ni problemas de atención ni hiperactividad, simplemente repetía y no había más comentarios.

Me he dado un pellizco para comprobar que he sobrevivido y no soy un fantasma de uno de aquellos niños de pantalón corto.

La verdad es que éramos muchísimo más simples que los chavales de ahora y de vez en cuando pienso que mi madre, que murió con 84 años, de pequeña iba en un carro con mulas, y conoció desde los Zeppelines a los primeros aviones y coches, la guerra civil, la segunda guerra mundial, el butano, el teléfono fijo y móvil, la radio, la televisión, el cuarto de baño, el microondas, la vitrocerámica, la fregona, la lavadora, la secadora, el calentador de gas y eléctrico, los ordenadores, los vuelos en avión, los viajes en tren y barco  (antes nadie salía del pueblo salvo para el servicio militar), la república, la dictadura, la monarquía y la democracia...etc...

Lo dicho. P´abernos matao. 


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